Gargantúa, Pantagruel y El Chibcha Loco


El Gigante Gargantúa proclama la única regla de la Abadía de Thelema: “HAZ LO QUE QUIERAS”. Acto seguido, el narrador François Rabeláis describe una suerte de comunidad ideal en la cual sus miembros no necesitan muros que delimiten el territorio, reglas, horarios, leyes, moral, mandatos, ni ninguna clase de líderes, gobernantes ni mucho menos religión, puesto que son fuente de todo mal, envidia y rencillas entre seres humanos. Desde luego los allí habitantes tendrían que ser cultos, “bien educados” y contar con belleza física, elementos que convierten a la abadía en un lugar completamente libre, estéticamente agradable e intelectualmente superior. (http://museoliterario.blogspot.com.co/2008/10/abada-de-thelema-franois-rabelais.html)
Así es, los conocedores de las historias del rock ya comenzarán a encontrar coincidencias con la filosofía hedonista de Alister Crowley e incluso el nombre de uno de sus cultos, Thelema, que posteriormente introdujo a la Ordo Templi Orientis, orden de la cual se dice que por poco sale elegido un papa (católico) por allá en la segunda mitad del siglo XX. Pero no nos referiremos a historias ya suficientemente contadas, muy pocos saben que todo esto surgió del médico francés Rabelais por allá en el siglo XVI, quien se dedicó a escribir historias escatológicas, heréticas, de humor negro, plagadas de palabras vulgares y obscenidades pronunciadas por sus protagonistas, en las cuales dos gigantes (padre e hijo) recorrían Europa dedicados a la bebida, la comida, las orgías, la fornicación, el sarcasmo, el chiste y en general todo tipo de excesos, burlas directas e indirectas al sistema social y religioso establecido. Todo esto lo hizo simplemente, para divertir a sus pacientes terminales y poder hacerles más amable la existencia en sus últimos días.
Rabelais es para la literatura francesa lo que Cervantes es para el español o Shakespeare para el inglés. Sin embargo, no es muy conocido en nuestro contexto, incluso en los medios universitarios, a menos que se encuentre en especializaciones de áreas del conocimiento más profundas en términos de la literatura o la cultura, o a no ser que haya visto la película de Cantinflas Soy Un Prófugo (1946), donde hay un personaje con el nombre de Gargantúa. Claro, estos libros todavía siguen siendo transgresores, de hecho en su momento y hasta hoy en día se considera a su autor uno de los padres del satanismo y en los medios literarios, creador del estilo grotesco (no por su “fealdad” sino porque el ruso Mijaíl Bajtin estudioso de la literatura, lo comparó con pinturas encontradas en los baños romanos ubicados en grutas en donde los cuerpos desnudos y las orgías eran temas recurrentes). En este punto hay que aclarar que este escrito no pretende ser un ensayo académico, ya suficientes escritos de ese tipo y sobre este tema inundan los claustros universitarios.
Bajtin observó en estos libros elementos recurrentes en la cultura popular[1] y sobre todo en los carnavales, muy presentes en la edad media europea e incluso en la América precolombina, tiempo en el cual los campesinos disfrutaban de los excedentes de sus cosechas, por lo cual el trabajo era menos intenso y la fiesta y la burla se tomaba pueblos y aldeas, hasta por largos periodos de tiempo (incluso meses) y el poder de la iglesia cedía momentáneamente, claro, para regresar con más fuerza y verificar por si mismo cuál era la realidad y quién realmente el detentador del orden establecido.

Originalmente, los carnavales comenzaban alrededor de diciembre y podían terminar meses después, para comenzar lo que hoy conocemos como la cuaresma. Todavía hay buenos carnavales, en Italia, Suiza, Bolivia y claro, en Colombia. El Carnaval de Riosucio que mantiene todos los elementos carnavalescos (seguramente alguna suerte masónica hay detrás de este), de hecho el diablo (figura fundamental de este carnaval) lo elabora año tras año desde 1963 el maestro Gonzalo Díaz, el mismo ilustrador de famosas películas de Jairo Pinilla Téllez, otro maestro. (Ver el afiche de 27 Horas Con La Muerte).

Volviendo al tema, el rock desde los años 60 y 70 del siglo pasado, en tiempos de posguerra, comenzó a impregnarse de esta filosofía, el hippismo en sus postulados conceptuales y pretensiones no era más que la reproducción de una suerte de Thelema (cuestión que nunca ocurrió) y debido al consumo y al flujo de dinero, muchos músicos pudieron vivir literalmente haciendo lo que querían, provocando así a movimientos conservadores, que nuevamente lo tildaron de satánico. Socialmente estos movimientos incidieron en las prácticas culturales de las personas, hasta que el establecimiento y el poder decidieron que ya esa cuestión no podía ser más, y poco a poco los jóvenes pasaron de hippies a yuppis, hasta nuestros días. No obstante, y claramente, el asunto sigue siendo atractivo: hacer lo que uno le da la gana y no tener más reglas que las que su instinto e inteligencia le indiquen, una suerte de comunidad autosustentable en la cual nadie jode a nadie y todos nos dedicamos a explorar el mundo como nos plazca. Bueno, ¿esto es posible? La respuesta es utópicamente sí y el rock ha tenido siempre esta constante búsqueda, desde Los Saicos o Jimi Hendrix, pasando por Jim Morrison, Sex Pistols o Johnny Thunders; por supuesto El Chibcha Loco (aunque sería más que un gigante, un enano) no es la excepción.

En conclusión y desde esta perspectiva, pensar en una vida libre y en una comunidad autosostenible fuera de la mirada del poder ha sido históricamente considerado como satanismo (o comunismo), claro, es la real afrenta al establecimiento; trabajar cuando uno quiera, burlarse, emborracharse y hacer lo que uno quiera. Curiosamente, todo esto es a lo que se dedican los que tiene mucho dinero y poder.
[1] Termino bien complejo ¿qué es lo popular? ¿quién lo define? ¿lo opuesto a las prácticas de quienes tienen el poder? ¿lo campesino? ¿lo rural?

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